Javier Escobar

Creador del sitio de noticias Hemofilia en Chile el 2009 y actual Secretario Director de la Sociedad Chilena de la Hemofilia. Residente de la región de Valparaíso y portador de Hemofilia A Severa.

La primera descripción moderna de la hemofilia se atribuye al doctor John Conrad Otto, un médico de Filadelfia que en 1803 publicó un tratado titulado “Recuento de una disposición hemorrágica existente en ciertas familias” (An Account of an Hemorrhagic Disposition in certain Families), en el que describió claramente las tres características cardinales de la hemofilia, una tendencia hereditaria a las hemorragias en varones que podía ser transmitida a través de sus hijas, quienes no eran afectadas, a sus nietos.

Otto rastreó la genealogía de la familia de un paciente con hemorragias al que estaba estudiando, hasta una ancestra que vivió cerca de Plymouth, New Hampshire, a más de 500 km de distancia, casi 100 años antes.

No obstante, la palabra “hemofilia” aparece por primera vez en una descripción del trastorno escrita en 1828 por Friedrich Hopff (“Über die haemophilie oder die erbliche Anlage zu todlichen Blutungen”), un discípulo de Johann Schönlein, uno de los más destacados médicos clínicos del siglo XIX, en la Universidad de Zurich. No fue sino hasta 1952 cuando se distinguió a la hemofilia B del tipo A, y con frecuencia durante años se le denominó “enfermedad de Christmas”, debido al apellido del primer niño al que se le reportó dicho trastorno.

La hemofilia es a veces llamada “la enfermedad real” debido a que la padecen diversos miembros de familias reales europeas. La reina Victoria no tenía antepasados con el trastorno, pero poco después del nacimiento de su último hijo, Leopoldo, en 1853, fue evidente que padecía hemofilia; por lo tanto, la reina Victoria constituye un ejemplo de que el trastorno puede surgir como una mutación espontánea. Leopoldo murió a los 31 años a causa de una hemorragia intracerebral debida a una caída. Dos de las hijas de la reina Victoria, Alice y Beatrice, también fueron portadoras de la hemofilia. Ellas transmitieron el padecimiento a diversas familias reales de Europa, incluyendo España y Rusia. Tal vez la persona más famosa afectada por el trastorno haya sido el hijo del Zar Nicolás II de Rusia, Alexis, nacido en 1904. Se especula que la enfermedad ocasionó mucha tensión al interior de la familia real, lo que permitió a Rasputín ejercer su influencia que terminó por ocasionar la caída de esta alguna vez poderosa dinastía.

Primeros tratamientos

Muchos científicos reconocidos proclamaron éxitos tempranos en el tratamiento de la hemofilia con sustancias poco comunes. En 1936, un informe en la revista The Lancet exaltaba las virtudes de un extracto de bromuro de clara de huevo. En una época tan reciente como 1966, un informe en la respetada publicación científica Nature afirmaba que la harina de maní también era eficaz para el tratamiento de la hemofilia. El primer indicio de éxito llegó con el informe de R.G. MacFarlane en 1934, que establecía que los venenos de serpiente podían acelerar la coagulación de la sangre hemofílica e informaba del éxito en el control de hemorragias superficiales mediante su aplicación tópica en personas con hemofilia.

Transfusión sanguínea

No obstante, los adelantos más importantes surgieron a partir de los avances en el campo de las transfusiones sanguíneas. El informe del cirujano Samuel Lane, en la revista The Lancet en 1840, describía el control con sangre fresca de una hemorragia postoperatoria en un niño que padecía hemofilia severa. Sin embargo, la falta de comprensión de los grupos sanguíneos y de los métodos básicos de transfusión obstaculizó una mayor evolución en esa época. La identificación del factor VIII y la introducción de pruebas específicas permitieron el posterior desarrollo de materiales terapéuticos.

Concentrados de plasma

A principios de los años 50 se utilizó plasma de animales para proporcionar tratamiento. Si bien esto frecuentemente resultó eficaz, las reacciones alérgicas a materiales bovinos y porcinos eran frecuentes y a menudo severas. El trabajo del doctor Edwin Cohn para lograr el fraccionamiento del plasma mediante variaciones de temperatura y concentraciones salinas y alcohólicas, desembocó en el desarrollo en diversos centros de concentrados de factor VIII bastante imperfectos a partir de plasma humano (conocidos como GAH o globulina antihemofílica).

Un avance realmente importante fue el descubrimiento de la doctora Judith Pool en 1965, que demostró que el descongelamiento paulatino del plasma a cerca de 4ºC causaba el depósito de un sedimento oscuro, rico en factor VIII, que ella llamó crioprecipitado. Una década después aparecieron los concentrados de factor de coagulación liofilizados. Éstos ofrecían ventajas considerables: podían almacenarse en un refrigerador doméstico a 4ºC y permitían la administración de grandes cantidades de factor de coagulación que había sido sometido a pruebas, de manera rápida y en pequeños volúmenes. La disponibilidad de tales productos facilitó el tratamiento en casa, permitiendo por primera vez que los pacientes se inyectaran a sí mismos en el hogar, el trabajo, la escuela o aun mientras se encontraban de vacaciones en el extranjero, liberándolos así de las cadenas físicas y psicológicas de la hemofilia.

Sin embargo, ahora reconocemos que lo anterior introdujo el potencial para la transmisión de virus. El impacto del VIH fue particularmente devastador, infectándose un gran número de pacientes en todo el mundo durante el periodo comprendido entre 1979 y 1985. El virus de la hepatitis C (VHC) se identificó por primera vez en 1989 y rápidamente quedo claro que una proporción todavía más alta de personas con hemofilia habían sido expuestas a este virus que puede ocasionar enfermedad hepática crónica. Afortunadamente, la introducción de tratamientos físicos para los concentrados, tales como la exposición al calor o la adición de una mezcla solvente-detergente, ha sido eficaz en la eliminación del riesgo de transmisión de dichos virus. En 1977 se marcó otro hito cuando el profesor Pier Mannucci reconoció que la desmopresina (DDAVP) podía elevar el nivel tanto de factor VIII como de factor von Willebrand, lo que sigue siendo una opción útil para el tratamiento de las modalidades ligeras de estos padecimientos.

Productos recombinantes y terapia genética

En 1984 se caracterizó y clonó la estructura del gene del factor VIII. Gracias a esto, una década más tarde el factor VIII recombinante (diseñado genéticamente) se encontraba disponible. La disponibilidad de productos seguros ha estimulado el crecimiento del tratamiento profiláctico, aunque debe subrayarse que este concepto ciertamente no es novedoso y fue desarrollado por la profesora Inga Marie Nilsson en Suecia, durante los años 50. El ritmo de los avances lleva buen paso y la terapia genética constituye una meta realista. No obstante, no debemos olvidar que muchas personas en todo el mundo todavía no reciben tratamiento alguno. Tal vez la situación actual pueda describirse parafraseando a Sir Winston Churchill: este no es el final de nuestra lucha para conquistar la hemofilia y ni siquiera es el principio del final. Sin embargo, por lo menos podemos decir que este es el final del principio de nuestra campaña.

Parte de esta recopilación es cortesía de Dr. Paul L. F. Giangrande
Vicepresidente Médico de la Federación Mundial de Hemofilia durante el 2009